En una noche como ésta, hace exactamente un año, Reina le preguntaba a este mismo espejo qué habría hecho mal para que cesara la magia. Eran ya muchas lunas, desde que los ojos de su marido habían dejado de hablarle de imperios románticos y castillos en el cielo. Hacía mucho que su mirada no la hacía sentir la más bella del universo. El reflejo de la cama, detrás de ella, le traía recuerdos de noches enteras de pasión con su marido, cual lobo hambriento, comiéndola completa y bebiéndole, gota a gota, la sensualidad hasta emborracharse. ¿Qué había sucedido?
Alguien le había contado que le habían contado que aquél había escuchado, que había una Blanca, blanca de nombre y blanca de piel, con hermosos cabellos negros y labios rojos, bella, la más bella, y Reina quiso ver, quiso saber quién era. Por escusa, en la mañana de ese día, había llegado a la oficina de su marido con el catálogo de maquillaje de una amiga. Blanca, Blanqui, Blanquita, como se imaginaba que él la llamaría, le compró un lápiz labial del color de las manzanas. A Reina los celos le envenenaron el alma.
Pasó la noche hablándole al espejo, buscando en sí razones físicas para la sustitución, para el destierro. Esa mujer, con la que su esposo pasaba esa noche, y muchas otras noches en las que no llegaba a dormir, era mucho más bella. Eso le decía el espejo, eso le decía él a diario desde el desprecio. Cada hora de abandono hacía que Reina se sintiera más vieja, más gorda, más bruja. El odio, que pudo haber sido liberador, y que le llegó, por fin, de madrugada, equivocó el destino. Con toda su alma empezó a odiar su propia imagen.
Menos mal que los amigos, menos mal que el divorcio, y que la terapia, y que las mujeres del grupo, los días de llanto, los meses de rabia y la renovación, porque ahora, un año después, Reina puede volver al espejo y sonreírle. Reconquistó la percepción de sí misma, y ahora es reina de nombre y de su reflejo, y de su vida y de su cuerpo.
A veces sí, piensa en Blanca, ahora “de Nieves”, que tal vez, en un futuro cercano, también se sentará frente al espejo, preguntándose a dónde diablos se fue la magia. Un poco de celos le quedan, pero Reina no tiene mucho tiempo para la envidia. Perfeccionando a diario sus nuevos dotes de hechicera, probando nuevas pócimas y recetas emocionales, se ha propuesto llegar a ser experta en conjuros de amor ... a sí misma.
Escrito para las jornadas "Aplastando Cuentos" del Grupo de Mujeres Ixchel
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