A Dina Mayarí de Lión
De nada sirvió la sonrisa que su hija le dio y que llevaba siempre en su billetera como amuleto. De nada sirvieron los ruegos, las promesas que ella le hizo a todos los santos, las vírgenes y demás dioses y diosas de cielo y tierra para que le guardaran. El país estaba cubierto, aislado, por una nube de odio. Eran días grises, eran años grises. Vukub-Cakix había recuperado el señorío del cielo.
Contra toda ley divina, gente maligna le dio fin a su permanencia sobre la tierra. La tierra tembló cuando la nada tragaba al poeta, en el preciso momento en que intentaban desaparecer su nombre, haciendo desaparecer su cuerpo. Vukub-Camé y Hun-Camé se vanagloriaban. El tiempo había principiado en Xibalbá. Guatemala era el inframundo.
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