sábado, 21 de mayo de 2011
Shadenfrinia
Centur V sale todas las noches de su morada a observar los astros. Es la única distracción que tiene en su vida monótona y vacía, de la cual está sumamente orgulloso. Saca de su bolsillo una especie de prismáticos que, aunque pequeños, poseen la potencia de los mejores telescopios terráqueos. Las noches en el planeta de Centur V no son tan largas como para poder observar detenidamente todas las galaxias cercanas, por lo que solo le da tiempo para buscar supernovas o agujeros negros recientes. Sin embargo, también suele detenerse un tiempo cosiderable en el Planeta Azul, su favorito, porque al verlo se siente embargado por la shadenfrinia, una mezcla de morbo y lástima, que le provoca un agradable cosquilleo que se le va distribuyendo, poco a poco, a cada rincón de su anguloso cuerpo. Desde que descubrió ese punto del infinito, ha seguido con interés todos los episodios de la historia terrestre, los cuales, un día no tan lejano - eso teme Centur V - terminarán en la destrucción de cualquier resto de vida que quede sobre ese planeta. Lo que Centur V no imagina es que su mirada, privada por completo de compasión y compromiso, alimenta, cada vez con más intensidad, el motor de la catástrofe.
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