Cuando el hambre ataca, toca defenderse con todo, con uñas, con dientes, usted ya sabe. Porque una vez logra agarrarlo a uno, no lo suelta hasta no dejarlo sino en los puros huesos. No es que no la conociéramos. La conocíamos de antes, pero entonces todavía era chiquita. Cabroncita, eso sí, porque se aparecía de repente, y nos daba unos sustos que ni le cuento. Venía en las sequías, en las tormentas, en el granizo. Pero siempre lográbamos hacernos los quites para que no nos mordiera duro. Porque entonces teníamos buena semilla, buen café. Eso nos decían, porque nosotros nunca lo probamos. El señor del ingenio al que le vendíamos nos lo quería revender bien caro, ni siquiera porque nosotros lo cosechábamos nos lo daba al costo. Nosotros sólo el más barato tomamos siempre. Y bien aguado porque así nos alcanza más. Un poco de café y unas tortillas, y a trabajar. Así logramos el día.
Hace como cuatro años, por este tiempo, se descompuso la semilla. La congeló una helada que hubo. Mucho frío y la cosecha se quedó enclenque. Viera qué tristes se miraban los palitos. Cabal entonces apareció un señor con una semilla que decía que era milagrosa. Brotaba rápido, daba más frutos y resultaba en un mejor café que el que teníamos antes. Eso nos dijo. Y como la otra semilla se encareció y además que disque la garantizaba el gobierno, pues decidimos que sí, que estaba bien. Y no se crea, la plantita sí se dio bien y dio buen fruto, y eso que en un solo año. Nosotros felices estábamos. Quesi al año siguiente trajo una plaga que nadie conocía, y como nadie la conocía, nadie la pudo parar y destruyó toda la cosecha. Imagínese, nosotros, que toda la vida hemos sido campesinos, nunca habíamos visto algo así. Lo perdimos todo. Hasta endeudados nos quedamos. Allí sí la vimos fea. Llegó el hambre y empezó a perseguir a los patojitos y a los más chiquitos se los comía. Después siguió con los ancianos y también con los chirices mayores. Así como la plaga destruyó la siembra, así andaba acabando el hambre con la gente. Y el gobierno bien gracias, no nos ayudó en nada. Nos fuimos a protestar a la capital, y nos dijeron que sí, que nos iban a ayudar, pero nunca nos ayudaron. Y nosotros, ¿qué íbamos a hacer? Nos defendimos como pudimos, pues. Con la hierba mala, que fue lo único que conseguimos. ¿No dicen que la hierba mala no muere, pues? Pues qué mejor que atacar el hambre con una inmortal, ¿verdad? Porque para perderlo todo otra vez, no, allí sí nos moríamos todos.
¿Que si sabíamos que era ilegal? Mire, si nosotros no somos tontos, pues, nosotros sabíamos que no era de ley eso de la planta, pero como veíamos a los tipos esos que andaban por el pueblo como Juan por su casa y hasta de amigotes de los manda más, pues dijimos, con uno o dos años que la sembremos, no nos va a pasar nada. Y viera qué bonita esa planta. Se dio hasta mejor que el café, y los señores esos allí siempre pendientes, que si no le cae animal, que si el clima está bien, que si tienen agua, que si cualquier cosa nos avisan. Y cuando por fin vendimos, nos pagaron bien. Por lo menos para quitarnos un poco lo que debíamos y para volver a comer los dos tiempos. El hambre nos miraba de reojo, se le veía pálida, decolorada, pero, eso sí, cerca, muy cerca, rondando todavía nuestros ranchos.
Quesi este año vinieron los militares. Nosotros nos olíamos algo porque unos días antes nos contaron que se habían ido los que nos dieron la hierba, los que nos compraban y algunos de los dueños de los ingenios, donde también sembraban. Nosotros lo oímos, pero ¿adónde nos íbamos? Nosotros no teníamos adonde ir. No tenemos finca en Los Estados como los otros. Llegaron los militares y nos acusaron de narcos, de terroristas. Uno ya viejo hasta nos dijo guerrilleros. Imagínese. Arrasaron con todo. Hasta con nuestros ranchos, con nuestros poquitos tomates y maicitos que habíamos sembrado cerca de nuestras casas. Todito lo destruyeron. A mi hermano se lo llevaron y lo regresaron bien malo. Ya no puede trabajar. Ya bien golpeado lo sacaron en las noticias con otros que decían que eran narcos y que eran de la banda de saber qué. Y mi hermano, puro campesino como yo. Nunca ha hecho otra cosa que sembrar y cosechar.
Después que nos sacaron, metieron a otra gente, de esas de dinero, en nuestras tierras. Nos quedamos sin nada, sin casa, sin comida, sin algunos de nuestros compañeros y compañeras. Esta vez vinieron juntas, la tristeza, la miseria y el hambre. Juntas se hicieron grandes. Un monstruo de tres cabezas. “Ese es su nuevo enemigo”, nos dijeron en al cooperativa, “esta vez no es suficiente pelear con trabajo, también hay que luchar con el habla, con la denuncia”. “Esas son nuestras nuevas armas”, nos dijeron. Nos dieron unos cursos, de cómo contar lo que nos pasó, de cómo hacerle entender a la gente cómo es que se sufre allá, donde estamos a la intemperie, donde uno se mata por dos centavos y a uno lo matan por tres. Por eso venimos, venimos armados de palabras, para buscar gente que nos apoye en la lucha contra todos esos monstruos, los de la necesidad y los de carne y hueso.
Y no nos diga que el gobierno. ¿Sabe qué fue lo que nos dieron cuando llegaron? Un pushito de frijol, un poquito de maíz y una gallina. “Ayuda para el desarrollo” le decían a la campaña. Para el desarrollo... con eso lo único que puedo desarrollar es un caldo de gallina. “Lo que tenemos es hambre no goma”, le dije yo al que llegó a repartir. Subió los hombros, torció la cara y no dijo nada. A veces creo que los que de veras están borrachos son los de arriba. Eso creemos todos. Pero eso, por favor, no lo vaya a publicar.
Buen texto, doloroso testimonio. La personificación del hambre, como un animal que devora niños es acertada y bien lograda.
ResponderEliminarSaludos!