Todas las casas tienen una estructura emocional esponjosa. Es por ello que son capaces de absorber los sucesos más importantes, los más intensos que suceden dentro de ellas. En los días soleados o lluviosos, en los que el nivel de humedad nostálgica sube implacablemente, ya sea por tristeza o por deseo, la esponja se contrae y expulsa, de un solo, todos lo que ha guardado, en forma de recuerdos. Mi casa, si bien no es distinta en este aspecto, tiene la particularidad, como su dueña, de tener un cierto tic artístico. Usted entra y la ve vacía de cuadros y adornos, pero solo es cuestión de que se permita un momento de intensa nostalgia para que pueda ver que en realidad está llena de recuerdos. En el dormitorio, por ejemplo, se ha quedado grabada la época más feliz de mi matrimonio. En Jugendstil, por supuesto. No solo el “Jugend”, de juventud, porque éramos muy jóvenes, sino porque nuestra relación gozó de una estética klimtiesca de principio a fin. Hablo de sus cuadros más tiernos hasta los más eróticos. Son recuerdos lindos para dormir y para tener sueños placenteros, aunque a veces el espejo deba descubrirme de madrugada, hecha una copia de la “Mujer Sentada”, embebida en autoerotismo. ¿Qué quiere que le diga? Es que el llanto no es la única manera de nostalgiar.
Y hablando de nostalgia, la sala, donde solía recibir a mis amantes, está ahora decorada, como era de esperarse, en un colorido estilo Bosch. A la izquierda, el paraíso un poco soso, remembranza de mi relación con un biólogo carente de malicia. A la derecha, mi corta incursión en el sadomasoquismo con un músico metalero. Y al centro, el placer puro de la lujuria poética compartida. Quién iba a decir que relaciones tan distintas iban a resultar en un lindo tríptico inspirado en el “Jardín de las delicias”. Y qué delicias, le diré. Más aún con el último. Lástima que tanta vida bohemia le terminó arruinando el corazón. Un ataque y pum, de pronto ya no había más poeta. Triste. Muy triste.
¿Mi familia? En la cocina. No porque seamos buenos cocineros. Dios nos libre de semejante virtud. Más que nada, porque si nos vieran a todos juntos, formaríamos una especie de Naturaleza Muerta. Pavos que se creen muy vivos, pero que se sabe que no levantan ni el pico desde hace algún tiempo. Uno o dos panes de dios puestos en el lugar equivocado. Una que otra frutita que algún día fue apetecible y después de tantas penas anda ya medio descolorida. En fin, me gustaría decirle que Frida Kahlo, pero no llegamos a tanto. Un juego de bodegones de principiante, eso tal vez sí.
Esa es la familia de parte de mi mamá. La de mi papá no la veo desde mi infancia. Una infancia que, puff, horror de horrores. Goya en su época más oscura. Para decirle que la tengo toditita bajo llave en un cuarto oscuro. Padre colérico, tío insinuante, ... . No no, mejor ni hablo de ella, porque después los recuerdos se despiertan y se hacen tan fuertes que logran salir de su encierro. Luego me paso noches enteras corriendo tras ellos para volver a atraparlos y llevarlos otra vez a la oscuridad del olvido, que es donde deben estar.
Así que como ve, mi casa está de todo menos vacía. Y aunque le tenga una especie de aprecio morboso, con todo su legado emocional, he decidido que ha llegado la hora de hacer algo más que recordar. Por eso me llamó la atención este estudio, en esta zona periférica, muy lejos de mi pasado, en una casa nueva, virgen de memoria. Estoy convencida de que solo en un lugar así seré capaz de encontrar el estilo propio que estoy buscando para dibujar el resto de mi vida. Usted, que según veo debe andar por mis años, y debe haber acumulado un numero similar de recuerdos, me entiende, ¿no es así? Entonces, qué dice, ¿me lo alquila?
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