martes, 1 de febrero de 2011

Doña Luisa y sus dioptrías

“no es, precisamente, que seamos un país ignorante;
es que somos un país de indiferentes. "
Renato Buezo

Doña Luisa se quedó miope el trece de mayo de 1982, el día en que secuestraron a Julián López y Laura Jiménez de López, de 65 y 68 años, respectivamente, en su casa de habitación en la zona 7 de la Ciudad de Guatemala. El shock que causó semejante limitación visual no estuvo de ninguna forma relacionado con algún tipo de cariño que la señora sintiera por la pareja posteriormente desaparecida. Ni siquiera se trataba de vecinos cercanos. Residían a dos cuadras, lejos de su casa, y lo poco que sabía de ellos provenía, únicamente, de los chismes y rumores que recolectaba su empleada doméstica en su diario recorrido para comprar el pan, la carne y las verduras. De esa fuente sabía, por ejemplo, que desde hacía unos meses, los señores López habitaban en soledad su morada de un solo nivel, debido a que su única hija, Marta López, había salido en un viaje imprevisto con destino a alguna ciudad de Costa Rica. Seguramente un embarazo no deseado, pensó Doña Luisa al enterarse y no le dio más vueltas al asunto.

El súbito padecimiento visual tampoco se dio a raíz de una revelación extraordinaria de la excesiva violencia en la que estaba sumido el país en ese entonces. Doña Luisa sabía de la guerra, de la quema de la embajada, de las masacres de campesinos y de todo eso que sucedía al otro lado de la pantalla de televisión y que atribuía a un justo castigo divino para bárbaros inconformes, quienes, por suerte, nada tenían que ver con ella. Las cosas eran así, allá, donde la gente no es gente, y los gatos son todos feos y pardos, pensaba.

Según nos ha sido informado, lo más probable sea que ese trastorno óptico se haya debido a la activación oportuna de un mecanismo en legítima defensa. Ya que, de no haber limitado su campo visual en el preciso momento en que pasaba en carro frente a la casa de la familia López, hubiera sido difícil mantener su universo cercano intacto, como lo había logrado hasta ese entonces. Las imágenes de extrema violencia con que dos personas mayores eran llevadas, frente a sus narices, contra su voluntad y sin delito visible alguno, hubieran desatado en ella, con toda seguridad, una ola de pesadillas innombrables en los días subsiguientes. O tal vez le hubieran acarreado interminables horas de insomnio, tratando de hallar una explicación banal para tal acto de injusticia. Pero todo esa molestia no fue necesaria. Su cuerpo eligió reaccionar de una forma por de más cómoda, disminuyendo significativamente su mundo visual, permitiéndole, de esta forma, seguir su vida de una manera plácida y tranquila.

Al ser entrevistada Daniela López, sobrina de Laura y Julián López, y testigo de oídas de los acontecimientos aquí descritos, nos refirió que, a la fecha, Doña Luisa sigue viviendo en la residencia que habitó en la década de los ochentas. Nos contó además que, después de una mejoría temporal que inició curiosamente el 29 de diciembre de 1996, su vista volvió a desmejorar en los años subsiguientes, hasta el punto de perder casi completamente la capacidad de observar su mundo exterior y que, a pesar de ello, sigue negándose rotundamente a usar lentes o hacerse cualquier tipo de examen de la vista. Hasta se rumora, nos dijo nuestra interlocutora, que a partir de la ola de extorsiones que sufrió la colonia donde vive, también se ha quedado un poco sorda. Al preguntarle a la entrevistada sobre la relación que sostiene con la señora en cuestión, la Sra López nos respondió: “¿Mi relación con ella? Pues la que requiere la educación: solamente de hola y adiós y ya está. Una que otra vez, cuando vamos mi prima Marta y yo en el carro, y la vemos salir de su casa, y se le mira tan, pero tan feliz, nos da una envidia que en seguida nos invaden unas ganas terribles de atropellarla. Pero eso, solo muy de vez en cuando”.




** Nota de la autora: todos los nombres y algunas fechas son inventados. El país y su violencia no.

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