No les fue difícil apresarla. La
encontraron en su oficina, desmayada por las pastillas. El traje Chanel
manchado de rojo, su esposo en casa, callado para siempre, mientras en su
escritorio el salvapantallas de un MacBook repetía infinitamente:
esto es el paraíso
esto es el paraíso
esto es el paraíso
esto es el
paraíso
esto es el paraíso
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