A veces hay que dejar
que la lluvia cubra la isla, que la inunde. Con esa frase me explicó
Doña Luz los ojos rojos e hinchandos que tenía
ese día. Había llorado mucho y apenas escampaba cuando me abrío la
puerta. Me
invitó a pasar a la sala, para que pudiera esperar a Eliseo. Siempre
llegaba
tarde de los entrenos, y más en épocas de campeonato. Yo me senté en el
sofá,
ella trajo té para las dos y me empezó a platicar. Se había pasado toda
la
noche anterior leyendo las cartas que tenía en su caja de recuerdos.
Había
tenido varios amantes. No me contó cuantos, pero sí que los tenía
ordenados en
paquetitos, cada uno conteniendo, aparte de las cartas, fotos, dibujos
en
servilletas, tarjetas de cumpleaños y tickets de entrada al cine, al
teatro y a
conciertos. Lo único que no guardaba eran invitaciones a las bodas. Sí,
me dijo
rabiando, hay algunos que se atrevieron a invitarme a sus bodas. Yo
también me
casé, siguió contándome, pero una sola vez. Después de tener a la mamá
de
Eliseo me di cuenta que no estaba hecha para estar en familia. Aguanté
dos años
y luego me fui. Mi hija todavía no me lo perdona. Regresé cuando ella
tenía
trece y su papá había muerto. Nunca nos llevamos demasiado bien. A los
dieciocho ella se fue a vivir con el papá de Eliseo, y yo volví a ser
libre. No
se crea, no han sido tantos, me dijo como disculpándose. A mí me gustan
las
historias largas, prosiguió, siempre y cuando no tengan pretensión de
eternidad. Tal vez la miré con ojos preocupados, porque me dijo, no se
preocupe, me parece que Eliseo no heredó mi soltura. Él salió a la
madre. Tanto
se parecen que se pelearon y por eso él se vino a vivir conmigo. Yo
acepté
porque me cae muy bien el muchacho. Es muy dulce, como usted ya sabe.
Pero ya
me empieza a ahogar. No puedo salir con libertad, porque siento que
tengo que
darle el ejemplo. Tal vez quiero intentar ser con él la madre que no fui
para
mi hija, pero me temo que no se va a poder. Ya hasta siento que la piel
se me
agrieta porque me estoy quedando seca de historias. Hace rato que nadie
me
toca. Por eso me puse a leer las cartas ayer, a ver las fotos. A
tristear por
lo que fue y por lo que no fue. No quiero olvidarme de que este cuerpo
sirvió
para algo más que para los achaques y las medicinas. Tenía que llorar
para
humedecerme por dentro. Quiero inundarme de nostalgia para recordar que
vivo.
Se levantó para traer la caja que guardaba bajo llave en su closet.
Agradecí
que entonces llegara Eliseo y la conversación acabara. No quería darle
rostros
ni letras a las historias de Doña Luz. Ellos no me interesaban. Me
interesaba
ella. Al mes de esa conversación corté con Eliseo. Él quería una
relación para
siempre y a mí me gusta ser libre. Poco después Eliseo volvió a vivir en
casa
de su madre. A veces Do
ña Luz y yo nos tomamo un
té en la
terraza de su casa, nos contamos nuestras historias y nos reímos cuando
algún
día, por casualidad, coincidimos en la lluvia y los ojos rojos. Ya me
compré mi
propia caja de recuerdos. Yo también soy una isla.
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