martes, 8 de noviembre de 2011

La Reunión

- A mí me enterraron ayer - dijo uno. El salón los había visto llegar en solitario y los había reunido en su centro casi sin querer. Habían salido del mismo país para llegar a la misma ciudad. Y lo pasado, claro, también los unía el pasado. Sin embago, en la calle, es decir, en la vida que en ese momento pasaba viéndolos desde afuera, apenas si se habrían saludado. Sufrían de una especie de embriaguez por el ambiente, la exposición, las fotos, y los recuerdos que se amontonaban para salir en medio de la tristeza y la nostalgia. Se conocían desde hace tiempo, de lejos, de entonces, pero era la primera vez que le dejaban espacio a las preguntas, por lo menos a aquéllas que sí tenían respuesta: cuál centro de detención, cuánto  tiempo había pasado, cada uno, en uno de esos espacios sin espacio en los que el tiempo se estira en la soledad y el dolor,  cómo habían logrado salir de un país que parecía no tener salida: a mí me pidieron desde acá / a mí me llevaron directo a la embajada / a mi me sacó un militar que le picó la consciencia. Habían llegado en fechas distintas, tenían historias distintas que nos se contaban, pero que, intuían desde sus propias historias. Todos conocían muy bien la muralla de pudor que marcaba la frontera de lo inpronunciable. La mayoría habían venido solos. Los demás se quedaron, ché, se quedó mi hermano/mi amigo/mi padre/ nunca supimos  Las fotos retrataban memorias de ausencias, y en las memorias las ausencias se llenaban de recuerdos. - A mí me enterraron ayer, hermano - volvió a decir el uno - venía en la prensa, estaba mi nombre completito. Encontraron una fosa y alguien me identificó, no sé quién y no se cómo. Me declararon muerto. No reclamé. No me importa. Los que quiero, saben que estoy vivo. Siempre lo supieron. -  A los recuerdos que llegaron de último, las lágrimas contenidas les quitaron la voz.


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