- Seño, disculpe – me dijo desde que se asomó en la esquina de la pared que divide mi tienda de la librería vecina – ¿usted no habrá encontrado por casualidad una juventud por aquí, verdad? Es que fíjese que se me perdió la mía. Estoy segura de que en la casa todavía la tenía, porque antes de salir me miré al espejo y allí estaba mi juventud, enterita: en mi cara sin arrugas, en mis pechos firmes, en mi risa alegre, medio cuzcuna, en mis ojos coquetos. Después salí de la casa y me vine para acá; pasé por donde usted para pagarle lo que le debía, y usted todavía me dijo que qué patoja me miraba hoy, ¿se acuerda?, lo que quiere decir que cuando vine todavía la tenía puesta. La debo haber perdido entre aquí y el mercado, porque cuando yo llegué allá, me dijo la señora de las naranjas, “Doña Mari”, eso me dijo, y hasta ahora ella siempre me decía “Seño”, fíjese. “Doña Mari”, me dijo, “¿qué le pasa?, se le veee como cansada, como que llevara un peso en el alma”. Y yo me quedé fría, porque yo, sí es cierto que tengo problemas, pero los mismos de siempre. No me ha salido ni uno nuevo por allí. Y ni Dios lo quiera. Eso sí, un mi nuevo patojón si me gustaría me saliera, pero es la misma cosa, porque también solo problemas dan, ¿verdad?
Yo levanto los hombros dándole a entender que de esas cosas si no sé. Doña Mari se ríe y se le hacen unas cuantas arruguitas en los ojos. No ha perdido el humor, pero sí, hay algo que la avejenta. Tal vez tenía razón la señora de las naranjas.
- Con decirle que los únicos patojones que vi hoy fueron unos asaltantes ... – continúa Doña Mari y, de repente, se le borra la sonrisa .- Aaah, si pues, eso fue. Cuando se subieron los muchachos en la camioneta yo escondí mi juventud en la cartera para que no me fueran a pedir algo más que dinero, pensando también que solo el monedero iban a querer y quesi se llevaron la cartera completa. Que no me dolió mucho, porque era una cartera barata y el dinero para el mercado lo llevaba en el brassier – hace una pausa. - Allí se fue pues. Ayyy, Seño, hasta eso le roban a una en estos tiempos -. Suspira profundo.
- Sí D...– me corto a tiempo para evitar llamarle Doña – así es, ya nada tiene uno seguro. Pero no se preocupe, que ese su “vení acá” de usted no se lo quita nadie – le digo para animarla.
- Ay gracias Seño, tan linda, ya decía yo que no en balde había venido a verla.
El hijo del señor de la librería, un muchacho unos diez años más joven que Doña Mari, pasa saludándola muy efusivamente. Ella voltea, le devuelve el saludo y sale de prisa a encontrarlo.
- Bueno Seño, hay nos vemos pues. De todas formas, cualquier cosa le encargo, ¿verdad?
Pienso en la posibilidad de que sí, que haya un poco de justicia en esta vida y que, si todo va bien, Doña Mari hasta logre recuperar algo de lo que perdió esta mañana. No sería la primera vez. No en balde dicen que a gata vieja ...
De veras se lo deseo.
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