Tal vez tiene razón Payeras, y la felicidad y dios y toda esa mara, tenga algo que ver con ropa limpia o, como hoy, con que volvás a casa en otoño, mojada hasta los huesos, te quités la ropa, te arropés bien y te tirés sobre el sofá, para dejarte envolver en esa especie de éxtasis de protección que, desde hace algún tiempo, solo te proporciona tu chamarra.
Puede que sea una sensación muy parecida al amor. Demasiado parecida, para mi gusto, porque vos, allí calientita, creés que darle mate al tiempo es así de fácil y que, en una sola jugada, sos capaz de vencerlo a él y a todos los majes que insisten en querer chingarte la vida. Como si no supieras que el tiempo es un tahúr y que, si bien a veces te da treguas, te jode cuando se le da la gana. A más tardar mañana, cuando salgás de nuevo, te darás cuenta que el frío y la lluvia, al igual que la soledad, estuvieron allí siempre, esperando por ti, detrás de la puerta.
Pero no me hagás caso. Hoy estoy triste, y la tristeza, se sabe, no es experta en estrategias. Pensándolo bien, mejor disfrutalo. Quizás sea la única forma de jugarle la vuelta al tiempo: dándote permiso para pensar, aunque sea por hoy, que sos feliz.
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