Dictado de Conciencia
Estimados señores no espere ¿sabe qué? pensándolo bien mejor tache
Esperando una pronta reacción a esta carta me despido muy atentamente blablaba
Ah y por favor dígale a “la agencia” que unos chocolates y un capuchino no estarían mal para empezar. Gracias, puede retirarse.
Making of
Me imagino una escenografía purista. Una habitación a media luz, la mesita de cristal, impecable y sobre ella, dos copas y una botella de vino. La música elegida, una mezcla de jazz y blues, conforma el soundtrack perfecto para la seducción. No creo que las historias de Nicolás tengan la pretensión del cine de autor. Tampoco que haya originalidad en sus argumentos. Se podría decir, sí, que tienen el encanto minimalista de una película porno. Ellas llegan a la cita en su apartamento, toman unas copas con él y luego se las lleva a la cama. Al día siguiente, la despedida, mentir con un “te llamo luego”, para finalizar con un primer plano de Nicolás frente al espejo y la voz en off de su ego recitando los créditos.
Pero la vida, aún la más monótona, no es una simple sucesión de remakes. De vez en cuando, como puede que suceda esta noche, a un director como Nicolás se le cruza un personaje como Sofía quien, haciendo alarde de un exquisito dominio de escena, le arrebata el guión y le cambia, en una sola toma, el género de la película.
El único problema de esto será que, luego de haber participado en el corto, Nicolás se quedará con ganas de seguir rodando, llamará a Sofía mil veces y le rogará un papel protagónico en su largometraje. No le va a ser fácil. La conozco bien y sé que es muy exigente en los castings.
Pero, por más que quiera predecir o conjeturar, no será sino hasta mañana, cuando se prendan de nuevo las luces, que una llamada de mi hermana Sofía me revelará si, después de esta noche, está por fin dispuesta a darle la oportunidad de un happy end a esta nueva historia.
Como aguja de un reloj
Te sonríe. Mariposas en el estómago. Dopamina a todo vapor.
- Hola, soy Sergio.
- Soy Marcela.
Soy, soy, ¿quién eres para él? En la primera cita te regala margaritas. Me quiere, no me quiere, me llama, no me llama. Por cada no, un manojo de nervios. Dos manojos de nervios. Más baratos por docena. Cuentas sus llamadas con cuentagotas hasta que se acaban. No hay refill. Necesitas otra dosis de su voz. Ahora. Ahoritaaaa. ¡Yaaaaa!.
Llamas tú. Lo sientes seco, indiferente. El bajón. Salto hacia atrás desde una plataforma de diez metros. ¡Splash! ¡Qué caída más espectacular, Señores!
Después del impacto, te queda doliendo el orgullo. Decides no buscarlo más. Te mantienes firme en tu decisión ... por unas horas. Una eternidad hecha de angustia. Luego la desesperación de la abstinencia. Te ves obligada a echar mano de tus reservas de serotonina empacada.
Prescripción
- Barra de chocolate 50g
- 3 días
- 2 unidades con cada llanto
Sobrevives, pero de mala manera. No sirve. Debes recurrir al plan B. No lo hagas Marcela. Noooooooo...... Y, cabal, te acuestas con Braulio, tu ex. Mala idea.
En pleno acto sexual, piensas en la diferencia entre la metadona y la heroína, y en todos los tipos con mirada perdida que has visto frente al centro de adicciones a la vuelta de tu casa. Te levantas, te vistes y dejas a tu ex en la cama , desconcertado y a medio terminar. Llegas a tu casa y te ves en el espejo. Te quitas la ropa buscando alguna huella visible de tu dependencia. Suena el teléfono. Tu corazón, que se detuvo por un instante, va ahora a todo galope.
- Marcela, ¿qué diablos te pasó?
- Nada, Braulio, te llamo más tarde, ¿si?
Cuelgas y te quedas un rato observando el teléfono. Lo llamas. Claro que lo llamas. Te tiembla la voz.
- Hola Sergio, soy Marcela.
- Marcela querida, ¡qué sorpresa más bonita! ¿Tienes tiempo para salir hoy en la noche?
Soy, soy, ¿quién eres para él? A la noche abres la puerta de tu apartamento. Allí está él, Sergio, con un nuevo ramo de margaritas.
El Colochísimo
Vos me despreciás por moreno y colocho, ¿verdá? Decís que además soy rebelde y caprichoso. Que suficientes problemas tenés ya, como para aguantar las peleas diarias que tenés conmigo. Después de todo el tiempo que llevamos juntos, ¿no creés que ya va siendo hora de aceptar, que por más que hagás, por más que pataliés y grités, no me vas a poder cambiar? Y no me refiero a que empecés a resignarte, sino a que por fin logrés mirarme con el cariño que me merezco. Y si no podés, pues te fregaste, patoja. A seguir sufriendo porque conmigo ya sabés que no hay retache.
Realmente no entiendo esa manía tuya de hacernos la vida a cuadritos. Si yo sé que en el fondo me querés. Que la culpa la tienen esas fresas que tenés por amigas, que te andan malaconsejando. Te dicen que soy feo, que mi porte tercermundista no va con la imagen cosmopolita que tenés. Dicen que urge hacer algo para “cambiarme de look”, para volverme “más cool”. Que si me sigo resistiendo, vas a tener que llevarme a un especialista. Si hasta sé que te dieron la dirección de uno en la zona catorce, que disque sabe tratar con casos difíciles como el mío.
No les hagás caso, patoja chula. Vení conmigo, vení al espejo. Mirá lo bonita que sos; mirá lo bonitos que somos. ¿Por qué me querés cambiar? ¿Sabés qué? Te propongo algo: solo por hoy no me planchés, no me alisés, no me pongás tintes, ni cremas ni menjurjes. Mostrémosle al mundo que hay belleza en tus rizos, colochita linda. Aceptá que vos sos tan hermosa y tan rebelde como este tu pelo que hoy te habla. No te dejés convencer de lo contrario, que después la planchada vas a terminar siendo vos. Dejame ser como soy, como quiero ser. Olvidate de los criollos y los güisquiles. Salí con la frente en alto. Que en esta ciudad mestiza, hasta Dios es “Colocho”.
Nota:
Inspirado en post de Julio Serrano, "Alguna vez escuché a Javier [Payeras] decir que en Guatemala ser colocho es una actitud política, me parece, neobarrocos, transgresores de la recta, vamos por ahí con el radical cuestionamiento de lo establecido en nuestras cabeza".
Falla Teutónica
Marta es un camaleón. Viste y desviste personalidades según le venga y convenga. Habla, recita, actúa, canta, en italiano, inglés, francés, español, lo que el público quiera. Público en el más amplio sentido de la palabra, es decir, no solo el que paga para verla en el teatro, sino también el público diario, los amigos, vecinos, amigos de los amigos, amigos de los vecinos, y las parejas de todos estos. Un don de nacimiento, dirán muchos. Sin embargo un don puede, en algunas ocasiones, convertirse en maleficio, principalmente si las fuerzas de la naturaleza entran en juego.
Era junio y él se llamaba Ralf. Un hipnotizador como lo es cualquier hombre del que una se enamora perdidamente. Ralf era guapo, alto, cautivador, exitoso. Una de esas catástrofes naturales que le cambian a una las coordenadas entre el tiempo y el espacio. Un desplazamiento de tierra que la llevó hasta Alemania, a un pequeño pueblo cerca de Maguncia. Como era de esperarse, el ambiente inhóspito de una localidad y un idioma desconocidos acentuó la tendencia de Marta a adaptarse a su medio ambiente. Quería funcionar, quería ser aceptada por todos, principalmente por los seres vegetarianos que le rodeaban, su esposo y los amigos de éste.
Nosotros, desde el otro lado del mundo, pudimos ser testigos de los cambios climáticos en su personalidad, solo gracias a una de las tantas redes sociales que pululan en el internet. El perfil de Marta, hasta entonces lleno de amigos y eventos, se volvió una especie de recetario vegetariano en línea. Fotos de Marta preparando albóndigas de soja, fotos de Marta comiendo empanadas de tofu, fotos de Marta y Ralf frente a una mesa servida con sopa de arvejas, calabacín relleno, y todas las ensaladas habidas y por haber. Cada imagen acompañada, por supuesto, de su respectiva receta. Ella, que daba su vida por unos tacos al pastor, unas flautas de pollo, un mole poblano, ¿ahora vegetariana? No lo podíamos creer. Y menos aún cuando la veíamos cada vez más pálida, en cada foto un poco más verdusca. Ella escribía que estaba bien, que era feliz, pero su rostro reflejaba que ya no vivía, solo vegetaba, en el más amplio sentido de la palabra.
Las fotos que más nos impresionaron fueron las del álbum etiquetado “Carnaval en Mainz”. El tal Ralf era miembro de un club de carnaval, por lo cual animó a Marta a participar en la carroza con él y sus amigos. Allí se le veía a la pobre Martita, vestida de zanahoria en medio de una carroza de verduras alemanas. Ni siquiera había tenido que maquillarse la cara. La dieta, a la que obviamente no había logrado acostumbrarse, aunada a la vergüenza de un disfraz tan falto de carácter, le había puesto el rostro tan verde como el tallo de tela que le hacía de sombrero. Se le veía triste, derrotada, aunque ella escribiera al pie de cada foto, “divirtiéndome en el carnaval”.
Estas fotos desencadenaron una lluvia de mensajes de apoyo. Martita querida, qué estás haciendo allá. Vuelve. Te queremos aquí. Pero ella no podía aceptar que no fuera capaz de adaptarse y ser feliz al mismo tiempo. En un último esfuerzo desesperado, se inscribió en grupos de autoayuda para mujeres en matrimonios mixtos, grupos de mexicanas en Alemania y grupos de mujeres latinas convertidas al vegetarianismo.
Pero la llegada de mayo nos devolvió la esperanza. En el perfil de Marta fueron desapareciendo poco a poco los grupos a los que había pertenecido en ese nefasto año. Y fueron apareciendo nuevos enlaces a agencias de viaje, grupos de mujeres separadas, abogados. Animados por todas estas señales, sus amigos virtuales y no-virtuales decidimos cooperar para pagar su viaje de vuelta a México.
Exactamente un año después del desplazamiento hacia Europa, se llevó a cabo un movimiento en dirección contraria. A su regreso, Marta fue recibida por todos nosotros, sus amigos, con mariachis y con un banquete preparado exclusivamente con sus platos mexicanos favoritos. Se le veía contenta disfrutando bocado a bocado de esos manjares de los que se había privado durante tanto tiempo.
Ayer me contó, por teléfono, que decidió abrir dos nuevos grupos llamados “sobrevivientes de catástrofes emocionales” y “lo que sea menos verde”, y que en solo una semana ambos ya cuentan con más de mil miembros. Le dije que me alegraba mucho que hubiera dejado atrás la experiencia europea. – Eh, esteee, ¿te conté de Franjo? Es guapísimo. Por cierto, ¿te gusta el espagueti?
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