sábado, 28 de junio de 2014

Recorrido (Homenaje a Alaíde Foppa)

Primera Lectura

Leo por primera vez el poema Elogio de mi cuerpo de Alaide Foppa y me parece algo muy personal. Era su cuerpo y era muy bonito. Eso es todo. En el momento en que lo digo, aún no me entero que lo escribió con casi sesenta años, después de una enfermedad extenuante.

Segunda Lectura


Nos hemos propuesto hacer algo propio a partir del poema. Pienso que lo mejor será tomarlo como un mapa. Empezar, por ejemplo, con la descripción de sus ojos y escribir algo sobre los míos. No voy al espejo. Desde mi memoria intento imaginarme cómo podría describirme. Lo primero que pienso es en lo mucho que a él le gusta (a todos ellos) mis pechos, o mis caderas, cómo me toma de la cintura, o que alguna vez una maquillista me dijo tenía yo tenía labios bonitos, y luego, no sé por qué, se arrepintió.

Tercera Lectura

Vuelvo a leer el poema y me percato que está escrito desde sus propios ojos. No hay otras miradas, aparte de la propia. Me doy cuenta de lo dificil que es mirarme a mí misma desde el yo y no desde el ellos o ellas. Pensar en mi cuerpo como algo que existe por sí mismo y no para agradar a otras personas. Voy al espejo y lo intento de nuevo. Lucho contra mí para no ver lo que me sobra o lo que me hace falta. Dejar de buscar si tengo nuevas arrugas, nuevas manchas en la cara, si he engordado o si tengo un grano en la nariz que haya que disimular con maquillaje especial. Intento concentrarme en mis ojos. No sé cómo describirlos. Me asusta mi mirada tan profunda, tan oscura. No me encuentro en ellos. Las cejas ... ¿qué puedo decir de mis cejas aparte de que están mal depiladas? Vuelvo a observarlas. Encuentro una cana. Voy por la pinza y me la arranco.

Cuarta lectura

Le muestro a una amiga el poema de Alaide Foppa y le cuento sobre mi propósito de intentar describirme viéndome al espejo. Mi amiga dice que ella no podría hacer tal cosa. Que no le gusta verse al espejo si no es para probar cómo le queda un vestido o para imaginarse cómo podría convertirse en otra, en una de las que salen en los anuncios, por ejemplo, que gustan de sí mismas por el solo hecho de haberse comprado zapatos nuevos. Seguimos con el tema, y nos preguntamos cuál de las percepciones que tenemos de nuestros cuerpos es una reacción individual y cuál es solo una repetición de lo aprendido. Le digo, para concluir nuestro cuestionamiento, que estamos bastante buenas para nuestra edad. Ella me pregunta: con respecto a quiénes. Le respondo que con respecto a nosotras mismas, que no hay otra norma. Ella coincide conmigo y dice que sí, que en efecto, estamos muy buenas.

Quinta lectura

Vuelvo a mis ojos y a la imposibilidad de describirlos. Solo encuetro absurdas metáforas, como la de dos pescaditos que aletean cuando me río o que tengo los ojos del color y forma de una almendra muy tostada. Descubro que la metáfora no es lo mío, por lo menos no la descriptiva. Necesito encontrar otro lenguaje para describirme.

Sexta lectura, recorrido

Desecho la idea del espejo. Hay tantas formas de leer el cuerpo. Tantos caminos para recorrer este territorio tan familiar y tan extraño. Mi mano llega a lugares que mis ojos no tocan, mi boca convierte en sonidos las ideas que nacen, crecen y se multiplican dentro de mi cuerpo, dejando al resto convertirse en sangre que palpita entre mis venas, esas que llevan las tempestades que respiro. Hay tantas formas de recorrer mi cuerpo, desde afuera y desde adentro, sentir mi respiración por ejemplo, o el calor que me sube cuando la fantasía vuela al ver, sentir o imaginar otro cuerpo. No hay forma de abarcarme, no hay forma recorrerme completa. Si lo intentara, si quisiera describirme con palabras o dibujos, ¿quién sería yo? ¿cuál de todos mis instantes? ¿Sería la de ahora, la de antes o la que cambia a cada minuto? Recorrerme, tocarme, sentirme, olerme, escucharme, es saber que estoy viva. Me palpo, luego existo. Intuyo y recreo mi existencia. Soy yo, infinita e inabarcable. Fuera o dentro del espejo, soy y existo.