miércoles, 25 de abril de 2012

Intento de homenaje a Nicanor Parra

Aún en los momentos
de ratos colorados
sin descoloridos previos
en los cuales
de pronto y sin aviso
     ni la cámara
     ni la estufa
     ni el lavarropas
     ni la vida
te funcionan
y te sientes condenada a estar
para siempre jamás
     medio fotografiada
     medio comida
     medio lavada
     medio vivida
     medio mediada
y te preguntas
¿y ahora quién podrá ayudarme?

jueves, 12 de abril de 2012

Ríos que van al mar

Ella era río. Él la quería lago, laguna, charco. Limitó sus pasos. Limitó su risa. La represó. No habrían más amistades, ni familia, ni vecindad, le dijo. Toda su energía, toda su adoración, debía ser para él. Pero hay voluntades que no se doman, fuerzas que no se aplacan, y, un día, un día que su tristeza llovió y llovió a mares, su deseo de libertad subió el nivel de su fortaleza y, en un solo instante, su decisión comenzó a inundarlo todo, a abarcarlo todo, la cocina, la sala, la cama... en especial la cama. Las sábanas quedaron en tiras, la cocina inservible, los platos rotos. Cuando él volvió del trabajo no quedaba mucho más que pedazos de desolación con olor a sal y un pequeño caracol en el que se oían las olas violentas de un mar en retirada.




"Yemenya" de la artista chilena Yvonne
http://ivonnencolores.blogspot.com/

miércoles, 11 de abril de 2012

Presentación de Love Veintediez en Frankfurt


Ya se acerca la presentación en Frankfurt. ufff, nervios nervios, a ver qué tal nos va.

Para leer algunos cuentos del libro hacer click en "Algunos Cuentos de Love Veintediez".

lunes, 9 de abril de 2012

Quisiera decirle

“Yo te quisiera decir
cosas bonitas, mamita.”
Calle 13


Míreme, papito. ¿Verdad que estoy buena? Usted no lo sabe, pero hoy me puse la minifalda solo para sus ojos. Es que usted me mira como debe ser. No como otros que la ven a una y ya van preparando la mano para tocarla, porque creen tener derecho a todo, a las nalgas, a las piernas, a los pechos. Pero usted es diferente, usted me ve discretamente, de reojo, como si quisiera degustar, de a poquitos, mi belleza.

Yo quisiera decirle que lo quiero para mi cama, que sueño con esa boca tan linda, tan carnosita que tiene y con esas manos fuertes recorriendo palmo a palmo mi piel. Que tiemblo cuando me roza y que, de ser posible, aquí mismo me sentaría en su regazo para sentir la firme excitación que, intuyo, se va erigiendo dentro de su pantalón.

Pero las palabras ... las palabras están hechas de una sustancia flexible, deformable, parecida a la plastilina. He visto salir palabras de mi boca, limpias, redonditas, para luego transformarse, en el camino, en tristes desechos rectangulares, con ángulos y aristas, con nuevos sentidos y formas que yo en mi vida les hubiera dado.

Frases tan claras y relucientes como “usted me gusta” o “lo deseo desde el fondo de mi piel”, mutaron hasta convertirse en monstruos siniestros, palabras denigrantes que me etiquetaban de “puta” o “desechable”, y que volvieron a mí en forma de desprecio y negación de la ternura.

Y si hay algo que quiero de usted, es ternura; es sentir que usted me entiende, que su oído no distorsiona mis palabras ni sus sentidos; que le puedo hablar a usted, de frente y sin rodeos, y esperar a cambio que me acaricie con la mirada. Hágame sentir que usted es distinto. Que puedo decirle sin miedo, que quiero que esta minifalda lo excite, a usted, solo a usted; que quiero que me desee, porque yo lo deseo, y así, cuando llegue la noche de la entrega sin límites, yo pueda pronunciar por fin esas palabras que tengo atoradas desde hace tiempo en el fondo de mi pecho: “usted me encanta, papito.”


Video: SU BIGOTE Y SU SONRISA realizado por Caldazo chapin y forma parte del Translibro de Julio Serrano Echeverría

domingo, 8 de abril de 2012

Tacuacín sin Cola


- Respetá la cola, vos - ni siquiera había terminado de decirlo y ya tenía el puño del Tacuacín cerquita de la nariz. Que si no es porque desde chiquito aprendí a hacerme los quites con mi papá, me la hubiera hecho mierda. - Tranquilo brother -, le dije yo, para calmarlo, porque vi que traía el chamuco, el mismo diablo, en los ojos. Todos los demás voltearon para ver si había pencazos. Pero no, el Tacuacín se me quedó viendo, primero como ido, y después como que me reconocía y entonces se fue, así como dicen, con el rabo entre las patas. Ya ni comió, ni dijo nada, solo se fue. Tal vez le dio vergüenza que lo viera así. Saber. Yo todavía pensé en irme detrás de él, pero el hambre pudo más y me quedé, es pisado bretiar todo el día en los buses con la tripa vacía. Días después me agarró la tarde en la Sexta, y uno de los chavos con los que dormí en El Portal me contó que había visto al Juto y que le había dicho que se había peleado con el Tacuacín por alguna babosada de esas que se dicen por decir, y que el Juto de lo encabronado que estaba, dejó de pasarle el pegamento que olían juntos, y que por eso el Tacuacín andaba desesperado, echándole riata a todo el que lo mirara feo, y viendo cómo se conseguía a algún bato que le pasara algo, pegamento, cola de zapato, piedra, lo que fuera que le quitara la perseguidora que andaba cargando. Desde ese día me dio por buscarlo. La capital no parece grande pero, újule mano, me costó un huevo dar con él. Anduve preguntándole a todo el mundo, pero nadie sabía nada. Hasta que di con el Juto. Él no lo vio, solo le contaron que lo encontraron tirado... un maje se lo llevó, y le dio algo para que aquél hiciera todo lo que... saber cuántos eran, vos... el cuerpo del Tacuacín ya estaba hecho mierda, y no aguantó esa otra mierda que le dieron... dicen que se parecía a esos tacuacines que venden en el mercado, tieso, enjuto, encuerado, ... dicen que ... perdoná, mano, yo siempre he sido bien jodido para no llorar, ni siquiera con el cincho ni los puños de mi viejo... pero es que aquel, vos, ... once años, mano... mierda vos, es que aquél era mi hermano.



sábado, 7 de abril de 2012

Mari y los siete malditos

Me tienes temblando de noche y de día
Me quieres mandar pa' la tumba fría
Tú me hiciste brujería
(El gran combo)



Mari y los siete malditos


Había pactado con uno y al final fueron seis. Siete, contando el policía que no pagó; cogió de gratis, privilegiado por alcahuetear y dejar que lo hicieran en el serenazgo. Edgardo se lo contó a su novia con el orgullo del que relata una excursión por la selva o una caída en bungee jumping. Ella no le preguntó si habían rifado los puestos, y si él había sido el primero o el último. Tampoco si había usado preservativo o si se había gozado en los fluidos de los anteriores. No le interesó el precio pagado o si la prostituta había estado de acuerdo. No quería saber nada. La ignorancia voluntaria es el camino más corto a la tranquilidad. - solo las locas se martirizan con la realidad- , pensaba. Y ella no estaba loca.  Por eso le sonrió como si le hablara del clima o de un partido de fútbol, obvió el desgano que acompañaba el beso y comenzó a quitarse la ropa. Aceptó que la penetrara sin amor y sin precaución. Quería ser buena, ser querida hasta por los más malditos, como este, o como aquel, o como todos. Fue, como siempre, la amante perfecta, atenta a las necesidades de su hombre, tierna y apasionada.  Se durmió abrazada a Edgardo con la placidez que le otorgara el orgasmo. Pero esa placidez no traspasó al subconsciente, y soñó con una verga enorme, que luego se partía en siete vergas pequeñitas pero filosas, que amenazaban con rayarle el vientre. Soñó con una vagina exhausta y dilatada que rebalsaba esperma. La cara de una mujer joven señalada por el asco y la vergüenza. 

Se despertó con náusea. Edgardo dormía tranquilo. Su cuerpo bronceado brillaba a la luz de la luna. Se acercó a él y se dispuso a acariciar ese vientre perfecto, que tanto le gustaba. Entonces volvieron las arcadas. Fue al baño. Se hincó frente al retrete y, en seguida, sus entrañas expulsaron algo que tenía el sabor y el color del semen. Necesitó mucha pasta dental para eliminar los residuos ligosos que habían quedado adheridos sobre su lengua y su paladar. Tiró de la manivela del retrete una y otra vez, pero el fluido blanco, que  flotaba sobre el agua, en lugar de desaparecer, se multiplicaba amenazando con inundarlo todo. Volvió horrorizada al cuarto. Quería que Edgardo la abrazara asegurándole que todo era un sueño del que pronto iba a despertar. Pero en cuanto lo tocó, la piel de Edgardo empezó a rajarse y fueron saliendo de él, uno a uno, seis hombres distintos. Todos  desnudos, excitados y repitiendo al unísono la palabra puta, cual si fuera una canción de combate. Por cada palabra pronunciada, sus vergas se hacían cada vez más grandes y amenazadoras. Finalmente, la piel de Edgardo se cerró, y él abrió los ojos. Se levantó y se acercó a ella. Le agarró la muñeca y la tiró en la cama, ofreciéndola, magnánimo, a sus compañeros presentes. Ella se recordó de la mesita de noche y de las tijeras en el segundo cajón, en el preciso instante en que sentía sobre su espalda la respiración del primer cuerpo.

Desde su apartamento, si así se le puede llamar a este cuartucho, armada de una bola de cristal de segunda mano y varios muñecos de vudú, Mari espera emocionada el momento en que suceda el “crimen pasional”, como seguramente lo describirán, mañana, los diarios sensacionalistas del país. Dirán que fue una desconocida, una amante ocasional que quiso vengarse de un pobre muchacho de buena familia. Los padres de ella, luego de pagarle mordida a los policías y a la prensa, la mandarán al extranjero para que a “la nena” le hagan una terapia que le quite la náusea que le quedó después de este “incidente” y de paso le extraigan cualquier resto de empatía que pudiera haber persistido en su subconsciente. 

A Mari nadie le pagará las terapias, nadie le quitará las náuseas que sufre desde el día en que, sintiéndose infinitamente sucia, salió del serenazgo. La venganza no es dulce, tiene un asqueroso olor a vómito. La náusea volverá. Atacará de nuevo en unos días. Lleva apenas dos. Todavía debe vomitar otros cinco. Tal vez entonces le llegue el alivio. Tal vez. Yo le digo que no se desanime, que siga. Al principio siempre es duro. Siempre. Pero  luego una se acostumbra y ya no le cuesta tanto matar.


viernes, 6 de abril de 2012

La Tatuana o la Llorona, a saber

Dicen que no tengo duelo, Llorona,
porque no me ven llorar
Hay muertos que no hacen ruido, Llorona,
Y es más grande su penar.
Llorona (canción mexicana)


Shhhh, a sssaber ustee. ¿La Llorona? Alguien dijo algo de que cuando la luna está en línea con la muerte, o con marte, ji-ji, saber, a mí a veces se me confunde... La Llorona dijo, ¿vaa? Como que el Chapo la oyó. Chapo, por chapopote, ji-ji, es que es más negro que ... La Llorona es la de los hijos, ¿vaa? No la de los tatuajes. El de los tatuajes es el Chapo, o el Chino, alguno de ellos, pero nel, ¿vaa?, ... Sí, los hijos ... los hijos ... yo no lloro, ¿sabe? Ya no. Mire, yo le juro, le juro que ... ¿o será que lo soñé? Saber. Algo me acuerdo de cuando yo estaba limpia. Bien chula. Ya no me ponía nada. Quería conseguir un chance bien dea huevo, ¿vaa? Psssss, no puess, si yo no quería ser puta, pero, y ¿qué otra, pues? Los tatuajes, decían. Me los hizo el Chino. O el Chapo. Saber. Y los clientes serotes hasta me pagaban menos. Y eso que tan bonitos que son. ¿Quiere ver? N’ombre, no se me ahueve, que a usté no le vuá cobrar, ja-ja. Ah sí, la Llorona ¿verdá? Saber... A mí me quitaron los hijos, ¿sabía? Dos tenía. Dijeron que una puta no, que mejor los gringos, que allá sí, porque yo aquí, ¿qué les iba a dar? Yo estaba limpia, ¿ya le dije? La Kimber ya me había jalado para su salón. El pelo o las uñas. Ya no me acuerdo. Uñas acrrri, uñas acrrri, ja-ja, ya ni pronunciar puedo, ja-ja. Es que desde que me quitaron a mis güiros ... ¿o será que lo soñé?

¿La Llorona? A sabeer, usté. Yo no lloro. Hace raaato que no lloro.


jueves, 5 de abril de 2012

Eva


No les fue difícil apresarla. La encontraron en su oficina, desmayada por las pastillas. El traje Chanel manchado de rojo, su esposo en casa, callado para siempre, mientras en su escritorio el salvapantallas de un MacBook repetía infinitamente:

esto es el paraíso                                 esto es el paraíso

esto es el paraíso

esto es el paraíso                     esto es el paraíso

martes, 3 de abril de 2012

La caperuza y El lobo

- Esto no es un cuento de hadas - dijo el Lobo Feroz.
Fui yo quien le puso ese nombre, Lobo Feroz, por esos ojos tan grandes que tiene, de pestañas dobladas, con los que él siempre presumía que me “podía ver mejooor”. Sus homies creen que es un apodo que le viene de las patillas que se deja, parecidas a las de los hombres lobos que salen en las películas. Pero no, eso fue mucho antes de que le saliera la barba, mucho antes de que se metiera a la clica.
– Esto no es un cuento de uno de tus libros, Caperuza, un día de estos los compadres me lo van a pedir, va, y no voy a poder decir que no.
Había todavía algo entre nosotros parecido a la amistad, aunque este Lobo no tuviera nada que ver con el Jairo que fue mi compañero de juegos cuando era niña, o tal vez no era amistad, sino solo un eco de esa fuerte unión que alguna vez sentimos. El nombre Caperuza era también un resabio de esos años. Solo me llamaba así cuando estábamos solos. Si iba con los otros, apenas me miraba.
- Ya arreglé todo con Don Sebas. Te vas mañana mismo pal Norte. No tengás miedo que con él se fueron mis carnalas y las dos llegaron vivitas y coleando. Eso sí, tenés que llevarte pastillas por si a él se le antoja cobrarte un poco más de lo que yo le voy a dar.
Me puse a llorar. No sé por qué, a pesar de todo, pensé que me iba a abrazar para consolarme. No lo hizo. - Va no llorés. Ni que fueras virgen, va -. Intentó tocarme las nalgas, y yo, viéndolo a los ojos con rabia, le aparté la mano.
- Va nel pues. No sólo te estoy haciendo el favor. Mirá que si no fuera porque yo a vos te... - se mordió los labios para no dejar caer ni una gota de sentimiento, sacó un papel del bolsillo de su pantalón y me lo dio – tené, este es el teléfono de la ruca de mi vieja, en Los Ángeles. Yo viví con ella cuando anduve por allá. Decile que sos mi chava y te va a ir suave.
Lo abracé. Sentí que lo volvía a querer de solo pensar que estaba dispuesto a arriesgarse rompiendo las reglas por mí. Me besó, nos besamos y lo hicimos allí, de pie, en la cocina de la casa de su mamá. No con la ternura con lo que lo hacíamos hace dos años, sino con una combinación de angustia y deseo, una necesidad de agarrarnos a algo que nos diera, por un momento, la ilusión de eternidad.

Antes de despedirse, me besó de nuevo, luego me agarró fuerte el mentón y me dijo – Cuidate mucho Caperuza y recordá que, pase lo que pase, seguís siendo mía.
Allí fue donde entendí lo que estaba pasando. El Lobo me mandaba con la abuela para protegerme de él mismo, pero al mismo tiempo para seguirme controlando. Ni loca. Para eso no me voy con Don Sebas. No solo lo jodido del viaje, sino que después voy a andar vigilada por sus homies de allá. No. Ya me decidí. Hoy en la noche me escapo, le dejo una nota a mi mamá diciéndole que me fui para Los Estados, y me voy al refugio donde estuvo mi mejor amiga. Ella también tuvo que escapar. No sé dónde está ahora, porque la mandaron al interior, pero me llamó un día para decirme que estaba bien. Y me dio la dirección del refugio, por si un día lo necesitaba. Llegó ese día, empaco y me voy.

Y todos, lobos y coyotes, que se vayan mucho a la mierda.

lunes, 2 de abril de 2012

La Caperuza y el Lobo Cont.


¿Qué pasó con Caperuza? Echarle la culpa al facebook sería darle demasiada importancia. Estoy segura de que se habrían encontrado de cualquier manera. Aunque fuera en sueños. Se dicen cosas muy bonitas, palabras simples que en sus ojos y oídos se llenan de significado. No se cuentan la vida. Se cuentan historias, se cuentan fantasías, se cuentan los lunares y las veces que, sin querer, alguno suspira. La Caperuza le dijo al Lobo que no quiere saber nada; no quiere saber si ha robado o matado o extorsionado. Él le dice que ya no anda en esas, que cambió, pero ella aún no confía. Mejor así, porque si no, lo otro tal vez no podría funcionar. Funcionar es quizás una palabra muy formal para describir lo que sucede en línea. La Caperuza le dice al Lobo que lo espera en la cabaña y él comprende que lo que quiere es que llegue al video-chat y se la coma entera. Han pasado muchos años y ella aún le tiene miedo, y, sin embargo, se le entrega por completo. Se quita la ropa poquito a poquito y el Lobo aúlla de placer viéndola desnuda. Luego empieza él. Se saca la playera y ella le dice que se dé la vuelta, y él lo hace, y ella recorre, sobre la pantalla, cada línea de esa figura que hace honor a su sobrenombre, que le cubre de un lado a otro la espalda y que, ella teme, algún día puede llegar a costarle la vida. Ambos recuerdan a qué sabían, cómo se sentían al tacto, cómo era rozar una piel con la otra, un vientre contra el otro. Por eso la mano de él es la mano de ella y la de ella es la de él. Es ella quien lo acaricia cuando él se acaricia, es la boca del Lobo la que la humedece cuando ella se humedece. Llegan al orgasmo y sienten que todo se borra, que no hay memoria que sea capaz de escalar ni la mitad de la cima que sus cuerpos telepáticos acaban de alcanzar. Es allí cuando ella debería decir basta. Decir hasta aquí. Decidir darle fin a toda esta historia que ya no es historia, y que no, no puede ser amor. En lugar de eso, ella cierra los ojos e imagina que lo besa, y se vuelve a prometer que esta sí será la última vez, que no va a volver a buscarlo, porque esto no es lo que quiere, porque aún le tiene miedo, y, sin embargo...
 Pensé que habiendo llegado a este país podría olvidarlo todo, podía dejar de ser Caperuza e inventarme un nombre nuevo. Pero lo busqué, lo busqué en facebook y allí estaba él y allí estaba ella, Caperuza. Y yo desearía tanto que, algún día, ella volviera a armarse de valor, me ayudara a zafarme de la rienda, o, simplemente, dejara de ser yo.