miércoles, 25 de julio de 2012

Desnudos o vestidos

Antes que él llegue, desnudo mis pies. Los lavo, los suavizo con crema, camino por el apartamento, los entreno para el juego. Poco a poco los desconecto del trabajo utilitario y los libero a la sensación. Me concentro en ellos, en cada estímulo que perciben de la alfombra rugosa de la sala, del piso frío del baño, de la madera del corredor. Damián dice que le gustan mucho mis pies. Con él he ido aprendiendo lo sensible que puede ser la piel que nos sostiene. Cada punto en ella es capaz de electrizar, de despertar otros puntos de mi cuerpo. Todos nuestros juegos empiezan por los pies para, ya encendidos, recorrer con la lengua la ruta de ascenso a la oreja y de descenso hasta nuestros centros que se acomodan, se posicionan y se balancean hacia el orgasmo. A Damián le gustan mis pies desnudos y vestidos. Los viste con calcetines de nailon, de algodón, de lana. El calor que provoca cada material es otro, así como el roce con que estimulan cada uno de los vellos del cuerpo. Los pies, la piel que los cubre, los calcetines que los arropan, se han vuelto tan nuestros, que ya no puedo salir a la calle con sandalias. Siento como si me estuviera entregando a otros, como si estuviera exhibiendo perversamente mi desnudez. Por eso me enojé tanto cuando Damián me contó que había conseguido trabajo en una zapatería. La idea de que estuviera viendo pies ajenos me volvía loco. Son zapatos de mujer, me dijo, y no cualquier zapato, son Loubutin. Nunca he sido mucho de modas, así que me sonaba a chino. Un día llegó con uno de los stilletos para mostrármelos. Doce centímetros de tacón. Los puso sobre la mesa como ésta fuera un altar. No sé como hizo para conseguir unos de mi talla. Me puso primero unas medias de seda negra, y luego, con mucho cariño y cuidado me los calzó. Me hicieron daño casi al instante. “El dolor también es una sensación”, me dijo Damián mientras los acariciaba, “una ofrenda al placer del milagro estético”. A mí me gusta experimentar, probar nuevas cosas, andar nuevos caminos, pero el dolor no es lo mío. Me los quité y se los puse a él. Calzamos lo mismo. Por más que quiso hacerse el fuerte, él tampoco los aguantó. Fueron las medias de seda las que salvaron la noche. Dejó el trabajo y Loubutin. Ahora, gracias a su nuevo trabajo y a Wolford y Palmers, seguimos probando nuevas texturas.




1 comentario:

  1. Hola Tania,

    Me gusta como escribes. Te felicito.

    Me gustaría que mi blog estuviera entre tu listado de blogs. Si quieres podemos hacer un intercambio. Envíame un email.

    http://loscuentosdekutz.blogspot.com

    Saludos,

    ResponderEliminar