martes, 31 de enero de 2012

El Experimento


“¿Qué sería de todos ustedes –
preguntaban lentamente sus corazones-
si nosotros no hiciéramos
salir el sol todos los días?”
Eduardo Galeano


Aún no había llegado el momento de apagar la luz del mundo. Tan solo intentábamos cerrar sus ojos, para ver si volvían a escuchar Nuestra Voz. No sirvió de nada. Hacía rato que se habían quedado ciegos y solo podían mirar y mirarse a través de la memoria. Ellos no lo sabían. Nosotros nos pusimos a llorar. Tal vez había sido un error dejarlos tanto tiempo solos.





jueves, 26 de enero de 2012

Profecías

No es necesario que lo digas, ya sé que será una mentira, me dijo la Vidente. Yo me puse triste, porque en ese momento estaba seguro que la quería. Le entregué la flor, con un mensaje de despedida y sin mediar palabra salí de la habitación. Te arrepentiraaaaás, fue lo último que le escuché. Pero esa profecía tampoco se la quise creer.

Para J__P



martes, 24 de enero de 2012

Mi vida en Marte


Mi papás, mis hermanas y yo venimos de Marte. Estamos atrapados aquí, porque la nave espacial en la que veníamos se descompuso. Mi papá dice que no podemos respirar el aire de afuera, porque somos chiquitos. Los grandes sí, porque a los grandes le crece una cosa en la nariz con la que pueden respirar en cualquier parte. ¿También donde hay gases lacrimógenos o Napalm? Nosotros, los niños, todavía no la tenemos. Eso le sale a uno cuando tiene como dieciséis. O cuando hay hijos y tienes que salir sí o sí. Pero nosotras todavía estamos chiquitas. Por eso nos quedamos todo el día jugando en la nave espacial que nos trajo a la Tierra. No sabemos en qué planeta estamos, pero debe ser un planeta muy malo, porque, así como lejos, se oyen ruidos bien raros. ¿Son balazos? No lo sabemos con exactitud, solo sabemos que así se oía la aldea, el día que tuvimos que escaparnos al monte. Mi papá dice que nuestra nave espacial es segura y que aquí no puede entrar ninguno. Eso es bueno porque, si no, sentiríamos mucho miedo cada vez que ellos nos dejan aquí solitas. Él nos prometió que vamos a volver a Marte, que vamos a poder salir, y que vamos a poder jugar afuera, cuando regresemos a casa. Casa... ¿Qué habrá sido de nuestra casa? ¿A dónde habrán ido los amigos? ¿Qué fue de mi abuelito que ya no pudo salir? Ya son las seis de la tarde y mis papás no regresan. Después de mucho tiempo, mi mamá regresa, pero solita. Viene llorando. ¿Qué pasó mamita? ¿Qué pasó con mi papá? Maldita guerra, maldito miedo, malditas fantasías que no pueden durar. Mi padre no volvió. Se lo llevaron. En las noches claras, en las que el planeta rojo se visibiliza, pienso en mi padre y en ese pequeño Marte que desapareció con su partida. Mi niña interior aún espera, contra toda lógica, que una nave espacial nos lo devuelva, mientras yo sostengo en mis manos un reporte forense que aún me niego a creer .



Nota: Inspirado en una anéctoda contada en una entrevista a Mercedes Hernández.






domingo, 22 de enero de 2012

Cenicienta

---- Las doce

hora de apagar el sueño, encender los ojos y decir adiós.

No hace falta dejar la zapatilla, él no vendrá a buscarte.


lunes, 16 de enero de 2012

Delmira Augustini



Viendo la página de Eduardo Galeano, me encontré con la historia de esta poetisa, que no conocía. Me impactó, tanto su historia trágica, como la valentía de sus poemas escritos a principios del siglo XX. Aquí primero el texto de Galeano:

Delmira
Por Eduardo Galeano

Escuchar en voz de Eduardo:

En esta pieza de alquiler fue citada por el hombre que había sido su marido; y queriendo tenerla, queriendo quedársela, él la amó y la mató y se mató.

Publican los diarios uruguayos la foto del cuerpo que yace tumbado junto a la cama, Delmira abatida por dos tiros de revólver, desnuda como sus poemas, las medias caídas, toda desvestida de rojo:

- Vamos más lejos en la noche, vamos…

Delmira Agustini escribía en trance. Había cantado a las fiebres del amor sin pacatos disimulos, y había sido condenada por quienes castigan en las mujeres lo que en los hombres aplauden, porque la castidad es un deber femenino y el deseo, como la razón, un privilegio masculino. En el Uruguay marchan las leyes por delante de la gente, que todavía separa el alma del cuerpo como si fueran la Bella y la Bestia. De modo que ante el cadáver de Delmira se derraman lágrimas y frases a propósito de tan sensible pérdida de las letras nacionales, pero en el fondo los dolientes suspiran con alivio: la muerta muerta está, y más vale así.

Pero, ¿muerta está? ¿No serán sombra de su voz y eco de su cuerpo todos los amantes que en las noches del mundo ardan? ¿No le harán un lugarcito en las noches del mundo para que cante su boca desatada y dancen sus pies resplandecientes?

Hay criminales que proclaman tan campantes ‘la maté porque era mía’, así no más, como si fuera cosa de sentido común y justo de toda justicia y derecho de propiedad privada, que hace al hombre dueño de la mujer. Pero ninguno, ninguno, ni el más macho de los supermachos tiene la valentía de confesar ‘la maté por miedo’, porque al fin y al cabo el miedo de la mujer a la violencia del hombre es el espejo del miedo del hombre a la mujer sin miedo.