lunes, 2 de abril de 2012

La Caperuza y el Lobo Cont.


¿Qué pasó con Caperuza? Echarle la culpa al facebook sería darle demasiada importancia. Estoy segura de que se habrían encontrado de cualquier manera. Aunque fuera en sueños. Se dicen cosas muy bonitas, palabras simples que en sus ojos y oídos se llenan de significado. No se cuentan la vida. Se cuentan historias, se cuentan fantasías, se cuentan los lunares y las veces que, sin querer, alguno suspira. La Caperuza le dijo al Lobo que no quiere saber nada; no quiere saber si ha robado o matado o extorsionado. Él le dice que ya no anda en esas, que cambió, pero ella aún no confía. Mejor así, porque si no, lo otro tal vez no podría funcionar. Funcionar es quizás una palabra muy formal para describir lo que sucede en línea. La Caperuza le dice al Lobo que lo espera en la cabaña y él comprende que lo que quiere es que llegue al video-chat y se la coma entera. Han pasado muchos años y ella aún le tiene miedo, y, sin embargo, se le entrega por completo. Se quita la ropa poquito a poquito y el Lobo aúlla de placer viéndola desnuda. Luego empieza él. Se saca la playera y ella le dice que se dé la vuelta, y él lo hace, y ella recorre, sobre la pantalla, cada línea de esa figura que hace honor a su sobrenombre, que le cubre de un lado a otro la espalda y que, ella teme, algún día puede llegar a costarle la vida. Ambos recuerdan a qué sabían, cómo se sentían al tacto, cómo era rozar una piel con la otra, un vientre contra el otro. Por eso la mano de él es la mano de ella y la de ella es la de él. Es ella quien lo acaricia cuando él se acaricia, es la boca del Lobo la que la humedece cuando ella se humedece. Llegan al orgasmo y sienten que todo se borra, que no hay memoria que sea capaz de escalar ni la mitad de la cima que sus cuerpos telepáticos acaban de alcanzar. Es allí cuando ella debería decir basta. Decir hasta aquí. Decidir darle fin a toda esta historia que ya no es historia, y que no, no puede ser amor. En lugar de eso, ella cierra los ojos e imagina que lo besa, y se vuelve a prometer que esta sí será la última vez, que no va a volver a buscarlo, porque esto no es lo que quiere, porque aún le tiene miedo, y, sin embargo...
 Pensé que habiendo llegado a este país podría olvidarlo todo, podía dejar de ser Caperuza e inventarme un nombre nuevo. Pero lo busqué, lo busqué en facebook y allí estaba él y allí estaba ella, Caperuza. Y yo desearía tanto que, algún día, ella volviera a armarse de valor, me ayudara a zafarme de la rienda, o, simplemente, dejara de ser yo.

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