martes, 3 de abril de 2012

La caperuza y El lobo

- Esto no es un cuento de hadas - dijo el Lobo Feroz.
Fui yo quien le puso ese nombre, Lobo Feroz, por esos ojos tan grandes que tiene, de pestañas dobladas, con los que él siempre presumía que me “podía ver mejooor”. Sus homies creen que es un apodo que le viene de las patillas que se deja, parecidas a las de los hombres lobos que salen en las películas. Pero no, eso fue mucho antes de que le saliera la barba, mucho antes de que se metiera a la clica.
– Esto no es un cuento de uno de tus libros, Caperuza, un día de estos los compadres me lo van a pedir, va, y no voy a poder decir que no.
Había todavía algo entre nosotros parecido a la amistad, aunque este Lobo no tuviera nada que ver con el Jairo que fue mi compañero de juegos cuando era niña, o tal vez no era amistad, sino solo un eco de esa fuerte unión que alguna vez sentimos. El nombre Caperuza era también un resabio de esos años. Solo me llamaba así cuando estábamos solos. Si iba con los otros, apenas me miraba.
- Ya arreglé todo con Don Sebas. Te vas mañana mismo pal Norte. No tengás miedo que con él se fueron mis carnalas y las dos llegaron vivitas y coleando. Eso sí, tenés que llevarte pastillas por si a él se le antoja cobrarte un poco más de lo que yo le voy a dar.
Me puse a llorar. No sé por qué, a pesar de todo, pensé que me iba a abrazar para consolarme. No lo hizo. - Va no llorés. Ni que fueras virgen, va -. Intentó tocarme las nalgas, y yo, viéndolo a los ojos con rabia, le aparté la mano.
- Va nel pues. No sólo te estoy haciendo el favor. Mirá que si no fuera porque yo a vos te... - se mordió los labios para no dejar caer ni una gota de sentimiento, sacó un papel del bolsillo de su pantalón y me lo dio – tené, este es el teléfono de la ruca de mi vieja, en Los Ángeles. Yo viví con ella cuando anduve por allá. Decile que sos mi chava y te va a ir suave.
Lo abracé. Sentí que lo volvía a querer de solo pensar que estaba dispuesto a arriesgarse rompiendo las reglas por mí. Me besó, nos besamos y lo hicimos allí, de pie, en la cocina de la casa de su mamá. No con la ternura con lo que lo hacíamos hace dos años, sino con una combinación de angustia y deseo, una necesidad de agarrarnos a algo que nos diera, por un momento, la ilusión de eternidad.

Antes de despedirse, me besó de nuevo, luego me agarró fuerte el mentón y me dijo – Cuidate mucho Caperuza y recordá que, pase lo que pase, seguís siendo mía.
Allí fue donde entendí lo que estaba pasando. El Lobo me mandaba con la abuela para protegerme de él mismo, pero al mismo tiempo para seguirme controlando. Ni loca. Para eso no me voy con Don Sebas. No solo lo jodido del viaje, sino que después voy a andar vigilada por sus homies de allá. No. Ya me decidí. Hoy en la noche me escapo, le dejo una nota a mi mamá diciéndole que me fui para Los Estados, y me voy al refugio donde estuvo mi mejor amiga. Ella también tuvo que escapar. No sé dónde está ahora, porque la mandaron al interior, pero me llamó un día para decirme que estaba bien. Y me dio la dirección del refugio, por si un día lo necesitaba. Llegó ese día, empaco y me voy.

Y todos, lobos y coyotes, que se vayan mucho a la mierda.

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